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“Deshacerse en el tiempo”, de Joan Valent

Si tuviera que hacer una regresión de los últimos veinte años como compositor, no podría definir con exactitud las obras que me han aportado musicalmente más o menos, qué época fue la más creativa y cual la más oscura.
La individualidad de la creación es traicionera, la auto exigencia siempre esta muy por encima de la satisfacción y lo único que defiende el pasado, la obra pasada y la antigüedad de una vida haciendo música son, el tremendo miedo a una regresión y el único acierto que se encuentra en ese paisaje, los artistas que junto a ti, han transitado por esos lugares y que en algún momento han formado parte de tu historia y tú de la suya.
Hace veintiún años que conozco a Luca. Nos conocimos en un momento en que la pasión era más aguda y persistente que la paciencia y la reflexión. Al juntarnos, se unieron dos jóvenes volcanes apunto de vomitar toda su lava sobre la vida. Fue bello, intenso e inolvidable y, como las cosas buenas de la vida, se quedó dando paso a caminos que tras ese trabajo, me llevaron a rebuscar más en la música flamenca y en como aportar y adaptar desde el ámbito clásico instrumental a la música flamenca.
Luca y yo nos nutrimos de su pasión por los caballos, los toros, el fenómeno del toreo. No desde la fiesta: él, de algún modo me hizo entrar en ese mundo dramático y sobrio de las imágenes que generaba el toreo a caballo. El ruedo, el animal expuesto. Leí a Bergamin, a Cossio, a Ortega y Gasset, a Juan Belmonte, a Ignacio Sánchez Mejías… Había que entender desde lo más profundo, el fenómeno para entender a Luca. Me agarré al tempo de un “martinete” para ahondar el drama; la cuerda, sutilmente arranca del ritmo la armonía que suavemente nos introduce en una lectura muy personal, de lo que entendí en ese momento que Luca quería, que Luca pintaba.
Años más tarde me reencontré con ese tema, trabajando con Sara Baras, Paco de Lucia, Rafael Amargo, y recurrí una y otra vez a ese momento que Luca me brindó conocer. Gracias a él, recorrí lugares lejanos que ya forman parte de mi ser y de mi vida. Al igual que él mismo ya es parte de mí, del pasado que no se deshace y que al reencontrarnos veinte años después, sin tanta pasión y con la fuerza más templada, no podemos evitar encontrar en el brillo de nuestra mirada, la vitalidad y energía que un día nos unió que jamás caduca.